sábado, 13 de junio de 2020


                                                                        LA SABIA GRATUIDAD



PEDRO ARANDA ASTUDILLO.    pedroyiduaranda@gmail.com.  Abril 2015.
“LA ALEGRÍA DE VER Y ENTENDER ES EL MÁS PERFECTO DON DE LA NATURALEZA”



Este pensamiento  de Don Albert Einstein nos  asoma al mundo, a la vida como don, como gratuidad, y es de propiedad de cada ser humano.   Desarrollaré  el tema:  “la sabia de la gratuidad”  exponiendo  percepciones, vivencias, compartiéndolas en nuestro peregrinar por una vida que siempre es más de lo que hacemos de ella.
La savia se invisibiliza en las flores, en los frutos, es la sangre blanca del reino vegetal.  Sin ella todo se seca.  Penetrando nuestro mundo visible, también podríamos hallar otra Sabia: la vida con sabor de regalo,  don que se difunde y difunde sin cesar. Si  palpamos su presencia, nuestra  visión se dilataría, nuestro yo aprisionado, se hallaría en el umbral de su túnel. Como otear el océano desde un cerrojo. Somos lo que vemos, sentimos y pensamos. Pero, somos más en las realidades que nos circundan: ser hijos de  esta tierra preñada de riquezas y del polvo de las estrellas. Paradójicamente dicho: nuestra mayor grandeza es ver nuestra ínfima pequeñez ante el cosmos infinito, la generosidad ilimitada de la creación.
La vivencia de amar, sentirse amado, es la evidencia pura de la gratuidad, trasparenta el valor inapreciable de cada persona. Las personas se aman por lo que son, incondicionalmente.  Sería repelente  escuchar: “te amo porque eres millonario”, “te amo febrilmente porque tu cuerpo me atrae”.  Repugna, un “amor por conveniencia”, ¿forzar al vinagre que sea aceite?.  Sin embargo, algunas culturas  asumen el matrimonio por conveniencias. ¡Las conveniencias saben disfrazarse!.   
Engendrados en la plenitud de un abrazo.  Nacemos con el sello único de la individualidad e interdependientes con nuestros semejantes.  La magia del amor es pulsarnos a sintonizar, convivir con los demás. La Declaración de los Derechos Humanos (acordada por todas las naciones 1948), en su primer articulado, proyecta una visión trascendental: no sólo somos semejantes sino “que debemos obrar en relación unos con otros con espíritu de fraternidad”. Emblema el valor integral del ser humano. Aquellos pilares de la Revolución Francesa: “Libertad,

                                                                                                                      2.-igualdad, fraternidad” nos entregó el indescifrable sentido de la fraternidad. ¿De qué fuentes provienen los susurros de la fraternidad?.
El ser humano no es un “recurso”, y no soslayamos las épocas de esclavitud. Pero hemos evolucionado a ser menos transables. Hoy ya se concibe el ser humano como un valor en sí mismo, no tiene precio. Y su realización, su educación no es para ser de mercancía. Es así que comprendemos  por qué en no pocos países su educación, su salud son gratuitas.  Y la Política, afín a la vida humana en sus interdependencias, de buscar en común el Bien Común de la Polis, no puede estar al arbitrio de poderes que responden sólo a intereses individuales.  La Política es de liderazgo social. El servicio público es de misión sagrada, pues está dada por las conciencias de sus electores. Por ello es  un don ético  servir a la comunidad, como lo es el don ético de educar. Forjar conciencias  insobornables, es ser parte del concierto de la naturaleza que se recrea y desarrolla en donación. 
Es ineludible traer a colación una visión complementaria: en la perspectiva del amor cristiano universal,  el valor supremo de la persona sobrepasa los límites del pensar común al exhortarnos a amar incluso a nuestros enemigos.  Las personas de uno y otro bando, siguen siendo personas. Así las guerras nos hacen seres absurdos.
Hace dos mil años, irrumpió un llamado de Paz a “los hombres de buena voluntad”. Y, tenemos refulgentes testimonios en nuestra época: Un Mahatma Ghandi, Martin Luther King, Nelson Mandela,  verdaderos Everest del espíritu humano. Pero, lo que supera todo, es la vocación de servir a los “varados, marginados de la sociedad”. Son miles los diamantes, amantes de los seres humanos desposeídos,  entre ellos nos resplandecen: una Teresa de Calcuta, un Padre Alberto Hurtado.
Con ocasión de los primeros debates nacionales sobre la gratuidad en la educación, el Sr. Presidente de la República, Don Sebastián Piñera expresó: “En esta vida nada es gratis”. Su definición interpretaba a no pocos chilenos. La mercantilización de la vida es lo que hemos respirado en estas últimas décadas. Todo es transable, todo tiene su precio.  Desde tal paradigma se establece la Sociedad como Mercado.  Esta visión impregnó tanto a la Sociedad que la gratuidad  ha perdido su esencia. (Sólo los recordados “Pingüinos” la restablecieron en el lenguaje ciudadano). Todo tiene su costo  si no, carece de valor. A. Machado versaba: “El necio confunde valor y precio”. Impera quién “tiene más”, la meritocracia, la jerarquización, la segregación. Lógicas que hoy son  dogmas.
Sin embargo, la realidad vital, nos desnuda: ¿Qué mérito hicimos para venir al mundo?. ¿Qué mérito hacemos para que nos ilumine el sol y la luna?.  ¿Qué mérito es de la humanidad para coronarse de flores, de aves, peces, de cielos
                                                                                                                      3.-estrellados?. ¿No dependemos de cada pulsación gratuita?.  Descubrir la vida es más que “ganarla”, es recrearse en ella.  Sus “milagros”, sus metamorfosis no se “pagan”, se retribuyen en gratuidad.  Violeta Parra, cantaba:  “Gracias a la vida que me ha dado tanto…”, es como un himno universal. Pero, su vida fue más de espinas que de rosas, y, sin embargo sus “dos luceros”, develaban los dones esparcidos  en la marcha de sus pies cansados.
La “Cultura de la muerte” no es por la sobrevivencia,  es porque exilia la vida humana como convivencia para dar paso a una vida de competencia.  Motoriza el mercado. Se compite para  derribar al contendor. Se compite para superar a otro, no así mismo. La competencia genera redes de ansiedades,  es un bullir insaciable. El consumo por el consumo nos consume, ahoga el espíritu que es sed de infinito, de apertura, don.  ¿Reconoceríamos que inhalamos   “una cultura de  muerte”?.  Vemos cómo el estrés nos disminuye, nos opaca, y  “se desestreza” con más estrés.  Las “catarsis de agresividad” que vemos en el mundo deportivo,  en las exigencias y metas siempre mayores del mundo laboral: ¿reflejan una civilización de calidez de vida?.  No sólo el vértigo llevó a  Mc luchan a su expresión que recorrió el mundo: “Paren este mundo que me quiero bajar”.  Los estallidos sociales de los Indignados en los cinco continentes si bien, quedaron como estallidos, sus esporas del “sí, podemos” se alojaron en el alma colectiva”.  Hay un mundo que está muriendo que no termina de morir, y otro que está naciendo que no termina de nacer en  búsqueda del  espíritu que hemos perdido.
Está en nuestras manos rescatar lo que nos pertenece y brindárselo a las próximas generaciones.  Lo que es la familia para la Sociedad, lo es la Educación para el desarrollo social. La formación humana imbuida del espíritu de gratuidad gratifica su tarea de estudiar, de saber, de investigar.  Estudiar sin condicionantes subalternas es más enjundioso que estudiar por fines compensatorios.   A. Einstein aconsejaba: “Nunca consideres el estudio como obligación, sino como una oportunidad para penetrar lo bello y maravilloso del mundo del saber”.  Lo primordial del ser humano es comprenderse comprendiendo su mundo. La sabiduría japonesa lo explicita: “Aprender quiere decir unirse a las cosas y sentir su íntima naturaleza”. Vale decir adentrarse en los tejidos esenciales de las cosas y enriquecerse compartiendo las experiencias con los demás. En ello se acrisola el respeto por la diversidad de visiones y se forja la solidaridad que sustentará  una sociedad más inclusiva.
Pero la dramática profanación cometida a la Educación fue: instrumentalizarla como medio para batirse en el mundo laboral competitivo. Atrofiarla con rendimientos cuantitativos y centrarla en la adquisición de conocimientos, y, no en los procesos de reflexión, de asimilación de los educandos. Los resultados de una educación adulterada, no dejan de ser “al final del día”, una de las mayores influencias, o quizás la mayor, para  vivir un mundo más oprimido que liberador:    tenemos un mundo de complejas voracidades, ya es innegable que en los últimos cuatro siglos la humanidad ha agotado los recursos fósiles acumulados durante cientos de millones años.  Un planeta depredado, un mundo donde más flamean las banderas bélicas que de la paz. Un mundo que ha endiosado la economía. Así entonces, estamos lejos de un mundo entre semejantes y, menos aún,  fraterno. ¿Será posible que eduquemos para una sociedad que deseemos?.  Los cambios nos invaden como tsunamis, mientras la Pedagogía y sus programas no renuevan la visión de nuestro destino humano.  La gratuidad como eje educacional  está más allá “de los pagos y copagos”, está en sintonía con sabios educadores de “moros y cristianos”.   Aprender de la riqueza incomensurable de la creación para identificarnos con ella y dejar de ser “extranjeros e invasores de ella”.
Aristóteles (S.IV.AC) definía que el ser humano vive como ser humano por el ejercicio de la razón y de las artes.  La tarea del pensar, para el mundo oriental, se logra en la más profunda inactividad, de quietud.  Pensar,  silencia la mente. El filósofo Hoerderlin versaba: “pensar lo más hondo, es amar lo más vivo”.  El arte plasma los ritmos del alma. La esencia del arte es “inútil”, vale decir, no es para ser “usado”,  el arte se admira, se contempla, no se posee. Pensar, Crear Arte, Vida son brindis, simplemente se  brindan, invitan seducen.  La belleza genuina del arte trasciende tiempos y espacios, extasía los ojos de los más diversos idiomas, hermana las más diversas idiosincrasias.  La gratuidad nos sustancia en lo más sublime del sentir, del pensar,  del parto artístico.  El espíritu se plenifica en su sintonía con lo ilimitado: lo respira en los campos, en las cimas, en las verdades que iluminan, en las bondades que ensanchan corazones, en las auroras y ocasos.   ¡Cómo nos congregan los eclipses solares!,  ¡Cómo también nos consternan las tragedias estén donde estén!.  ¡Somos Uno!, pese al afiebrado trajín que nos dispersa, y nos opaca la vida. Late una evolución por la unidad de la humanidad: La globalización nos ha convertido en una aldea y la tecnología ha plegado todas las distancias. Pero, de ella A. Einstein veía su reverso: ”Temo el día en que la tecnología sobrepase a nuestra humanidad. El mundo sólo tendrá una generación de idiotas”.  Einstein  aludía al sentido que podríamos convertirnos en zombis.  Conectados con las máquinas, desconectados con los próximos.
Paul Claudel versaba: ¿de qué sirve la vida si no es para darla?”.  Gabriela Mistral, en su poema “El placer de servir” muestra a Dios como “El que sirve”.  Parecería entonces que, “quién no vive para servir, no sirve para vivir”.  Estos asertos nacen de la vida, desde la semilla que desaparece creciendo. Balbuceaba ya desde millones de años, antes del aparecer del hombre. El cenit de la creación culmina con el ser que aprende de sí mismo, que aprende de su relación con la tierra, que aprende a aprender y va modificando sus hábitats.   El ser humano es un hijo, no sólo de sus padres, sino de la vida, del universo.  “Somos el ojo de la tierra que se ve así misma”.  Mas también, somos nuestros propios ojos que llamamos conciencia.  En ella radica el destino humano, como del planeta.  Nos revolotea un pensamiento: “abejas, una sociedad que para sobrevivir fabrican miel. Los
                                                                                                                      5.-humanos, una sociedad que para sobrevivir crean conciencia”.  Desde este núcleo vital irradian los derechos humanos.  Sólo desde este núcleo vital la   Humanidad evolucionará hacia el Concierto de las Conciencias. No es una ilusión, es una exigencia de herencia a nuestros hijos.  Las crisis que nos envuelven nos lo demandan.   
La naturaleza, desbordante de dones para “buenos y malos”, para asesinos y santos nos protegen y nos nutren en gratuidad, la madre natura nos provee para hacer nuestras vidas. Este paraíso lo perdemos cuando  lo invertimos: en poseer y poseer, dominar y dominar.  Poseemos a las personas, y nos adueñamos de este cosmos que nos cobija.  Estos verbos succionan la felicidad humana, y hacen de nuestra casa tierra un hogar intoxicante, violento,  y violentos en sus climas.
Los Países que honran a sus  mártires, a sus héroes, a sus hijos que día a día entregan sus vidas, trabajando por el Bien Común, serán países con el néctar de la calidez de vida.                                                                                                   Sí, la generosidad de la gratuidad de la creación seguirá vislumbrándose,  pese a nuestras cegueras, y hasta que el sol también descanse.

NOTA:
Esta exposición es precedida de dos transparencias: “El viaje fantástico” que muestra la realidad desde el “micro al macrocosmos”  aprox  8 minutos. Un video sobre la velocidad de la tierra girando en torno al sol.  Aprox 5 minutos.

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