Pedro Aranda Astudillo pj.aranda@gmail.com
Participación para la convocatoria sobre educación por el Sr. Director del Mercurio de Antofagasta. 8/8/2008.
“AL RESCATE DE LO ETICO EN LA EDUCACION”.
Un proverbio africano dice: “hace falta toda una aldea para criar a un niño”. La educación es una tarea de convergencia social para fomentar el desarrollo de las personas pero, a su vez, es una tarea profundamente de responsabilidad personal. La globalización nos ha convertido en una aldea. Aldea que se caldea: La crisis financiera de EEUU llegó al rojo y desequilibró la economía mundial; el encarecimiento de los alimentos; los precios del petróleo; los cambios climáticos, sociopolíticos, y, se avizoran las carencias de agua potable. ¿Autoapocalipsis de la humanidad?. Es extraordinariamente sugerente que destacados economistas al analizar las causas más de fondo de las crisis financieras lo atribuyan: a la arrogancia, la avaricia e incompetencia, que la economía debe estar asentada en un “código de conductas éticas”…
Es imposible no respirar estos aires tan intoxicados. La ansiada calidad de vida se socava con el stress, las depresiones, la agresividad por doquier, la vida vertiginosa, los agotamientos soterrados por las brechas entre las aspiraciones exacerbadas y las realidades. Tales brechas generan desmotivaciones que se extienden a los campos educacionales como a los laborales. Es así cómo las evasiones son múltiples y diversas, y las responsabilidades se endosan. Sentimos que los valores, la ética emigraron, siendo los resortes fundamentales por los cuales las personas recuperan su sitial original.
Descentrados de nuestros ejes, consecuencialmente la educación se sume en profundas incongruencias que rayan en la pérdida del sentido común. Se pregona que vivimos la era del poder del conocimiento, de la información pero, su dinámica ya es una perpetua renovación, y ¡ vaya paradoja, cómo nos pena la obsolescencia !. Sin embargo, su encandilante poder es opacado por una sociedad más incierta, deshumanizante, más individualista y sobre todo las dolorosas grietas patológicas entre las inteligencias: racional, emocional, espiritual. ¿Hacia donde vamos? nos preguntan la tierra y los niños. Acotaba A. Einstein que nuestro mayor problema es que nos abocamos al perfeccionamiento de los medios pero, con una confusión de fines. La educación es el único espacio donde la conciencia puede asumir aquella proclama poética y épica de Píndaro: aprender a “Llegar a ser el que soy”. Labrar para una sociedad de personas y no de lobos.
El sistema escolar ha atrofiado la finalidad de la educación, pues lo direccionó a los logros cognitivos medidos por el SIMCE, por la PSU. Instancias cuestionadas en su fondo y forma, por ser ya una sola vara para realidades tan diversas, y, “rankear” los establecimientos educacionales por sus resultados. Esta corriente está desembocando en que los colegios sean eficientes industrias cuyos productos salgan con los mejores puntajes para un alto desempeño en el mundo laboral, profesional.
La educación, en su punto de partida y de llegada, en su sentido primordial ¿no es izar la dignidad de cada persona, de todos sus actores?. Su dignidad radica por su conciencia pensante, capaz de transformar su mundo desde su interioridad. Es lo interior lo que cambia a lo exterior. La dignidad se retroalimenta en una convivencia de prójimos, cómo nos hacemos más humanos entre unos y otros. La dignidad humana se enaltece en su dimensión espiritual, trascendente. Entonces, un sistema educativo debe nutrir las raíces de la persona desarrollando su capacidad de pensar, reflexionar más que memorizar; desarrollar las habilidades para una convivencia cooperativa más que competir; fomentar la creatividad y por ende la riqueza de la diversidad; infundir el amor por la verdad en sí misma, por el bien en sí gratificante, por la belleza en sí recreadora de los sentidos; que la satisfacción de ser responsable es impagable y está por encima de los premios y castigos; que leer no es juntar las letras sino asomarse y comprender otros mundos, este leer enriquece mi lenguaje para una mayor sintonía de comunicación; que el reconocimiento de los errores también es fuente de aprendizajes fecundos, que autoevaluarse es protagonizar el propio aprendizaje; que las metas y resultados se fraguan, se maduran en los procesos, en el paso a paso como lo sienten los alpinistas. ¿Es una utopía?.
Las experiencias de las academias escolares avalan que este arco iris de valores son visibles. Las academias entrañan una fuente pedagógica riquísima que debería ser practicada en las aulas, incorporadas y no paralelas del curriculum. Para un curriculum oxigenante, no asfixiante. La persona cuando se siente llamada a ser más persona responde a su vocación de descubrir y descubrirse. Educadores, educandos, padres y el Estado ¿cómo no van a sumarse ante este sagrado Bien Común?. La coherencia y consistencia de un Estado promotor, para esta misión de formar personas sin distinción, garantizará la sustentabilidad de su desarrollo permanente, recompensará con creces sus inversiones. Educar con valores coherentes a la naturaleza humana vendría a sellar la nueva alianza entre los hombres y con su planeta,
Participación para la convocatoria sobre educación por el Sr. Director del Mercurio de Antofagasta. 8/8/2008.
“AL RESCATE DE LO ETICO EN LA EDUCACION”.
Un proverbio africano dice: “hace falta toda una aldea para criar a un niño”. La educación es una tarea de convergencia social para fomentar el desarrollo de las personas pero, a su vez, es una tarea profundamente de responsabilidad personal. La globalización nos ha convertido en una aldea. Aldea que se caldea: La crisis financiera de EEUU llegó al rojo y desequilibró la economía mundial; el encarecimiento de los alimentos; los precios del petróleo; los cambios climáticos, sociopolíticos, y, se avizoran las carencias de agua potable. ¿Autoapocalipsis de la humanidad?. Es extraordinariamente sugerente que destacados economistas al analizar las causas más de fondo de las crisis financieras lo atribuyan: a la arrogancia, la avaricia e incompetencia, que la economía debe estar asentada en un “código de conductas éticas”…
Es imposible no respirar estos aires tan intoxicados. La ansiada calidad de vida se socava con el stress, las depresiones, la agresividad por doquier, la vida vertiginosa, los agotamientos soterrados por las brechas entre las aspiraciones exacerbadas y las realidades. Tales brechas generan desmotivaciones que se extienden a los campos educacionales como a los laborales. Es así cómo las evasiones son múltiples y diversas, y las responsabilidades se endosan. Sentimos que los valores, la ética emigraron, siendo los resortes fundamentales por los cuales las personas recuperan su sitial original.
Descentrados de nuestros ejes, consecuencialmente la educación se sume en profundas incongruencias que rayan en la pérdida del sentido común. Se pregona que vivimos la era del poder del conocimiento, de la información pero, su dinámica ya es una perpetua renovación, y ¡ vaya paradoja, cómo nos pena la obsolescencia !. Sin embargo, su encandilante poder es opacado por una sociedad más incierta, deshumanizante, más individualista y sobre todo las dolorosas grietas patológicas entre las inteligencias: racional, emocional, espiritual. ¿Hacia donde vamos? nos preguntan la tierra y los niños. Acotaba A. Einstein que nuestro mayor problema es que nos abocamos al perfeccionamiento de los medios pero, con una confusión de fines. La educación es el único espacio donde la conciencia puede asumir aquella proclama poética y épica de Píndaro: aprender a “Llegar a ser el que soy”. Labrar para una sociedad de personas y no de lobos.
El sistema escolar ha atrofiado la finalidad de la educación, pues lo direccionó a los logros cognitivos medidos por el SIMCE, por la PSU. Instancias cuestionadas en su fondo y forma, por ser ya una sola vara para realidades tan diversas, y, “rankear” los establecimientos educacionales por sus resultados. Esta corriente está desembocando en que los colegios sean eficientes industrias cuyos productos salgan con los mejores puntajes para un alto desempeño en el mundo laboral, profesional.
La educación, en su punto de partida y de llegada, en su sentido primordial ¿no es izar la dignidad de cada persona, de todos sus actores?. Su dignidad radica por su conciencia pensante, capaz de transformar su mundo desde su interioridad. Es lo interior lo que cambia a lo exterior. La dignidad se retroalimenta en una convivencia de prójimos, cómo nos hacemos más humanos entre unos y otros. La dignidad humana se enaltece en su dimensión espiritual, trascendente. Entonces, un sistema educativo debe nutrir las raíces de la persona desarrollando su capacidad de pensar, reflexionar más que memorizar; desarrollar las habilidades para una convivencia cooperativa más que competir; fomentar la creatividad y por ende la riqueza de la diversidad; infundir el amor por la verdad en sí misma, por el bien en sí gratificante, por la belleza en sí recreadora de los sentidos; que la satisfacción de ser responsable es impagable y está por encima de los premios y castigos; que leer no es juntar las letras sino asomarse y comprender otros mundos, este leer enriquece mi lenguaje para una mayor sintonía de comunicación; que el reconocimiento de los errores también es fuente de aprendizajes fecundos, que autoevaluarse es protagonizar el propio aprendizaje; que las metas y resultados se fraguan, se maduran en los procesos, en el paso a paso como lo sienten los alpinistas. ¿Es una utopía?.
Las experiencias de las academias escolares avalan que este arco iris de valores son visibles. Las academias entrañan una fuente pedagógica riquísima que debería ser practicada en las aulas, incorporadas y no paralelas del curriculum. Para un curriculum oxigenante, no asfixiante. La persona cuando se siente llamada a ser más persona responde a su vocación de descubrir y descubrirse. Educadores, educandos, padres y el Estado ¿cómo no van a sumarse ante este sagrado Bien Común?. La coherencia y consistencia de un Estado promotor, para esta misión de formar personas sin distinción, garantizará la sustentabilidad de su desarrollo permanente, recompensará con creces sus inversiones. Educar con valores coherentes a la naturaleza humana vendría a sellar la nueva alianza entre los hombres y con su planeta,
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