Pedro Aranda Astudillo,
Fundador de la Corporación Gen
Junio 2025
Todo organismo vivo es corruptible cuando muere: se descompone, deja de ser. Su armonía corpórea pierde unidad y se reduce a sus partes: sus "restos", que se pudren hasta la putrefacción. Repelente.
En nuestra vida social también se manifiestan diversas formas de corrupción, tanto en el mundo como en nuestro país.
Cuando salen a la luz pública, estallan los escándalos.
Más aún cuando estos hechos se repiten y la sociedad no deja de consternarse. Surgen entonces profundas desconfianzas hacia las instituciones afectadas. Desde luego, los tribunales de justicia asumen las investigaciones correspondientes, y se crean leyes para intentar prevenirlas.
Recientemente, por ejemplo, se legisló la Ley de Transparencia.
Pero la debilidad humana murmura: "Hecha la ley, hecha la trampa."
Antiguamente, cuando los seres humanos perdían su dignidad, decían: "Comamos y bebamos, porque mañana moriremos.
" Probablemente los infractores actuales repiten lo mismo.
Cuando los ciudadanos pierden el sentido de pertenencia hacia su país, se transforman en “individuos” a merced de sus propios beneficios e intereses, con justificaciones personales.
Una falta grave expulsa del campo de juego. Actuar contra la sociedad merece prisión. Somos personas individuales, sí, pero intrínsecamente sociales.
Nuestras acciones impactan al otro; son, por naturaleza, socializantes.
Todo ser humano existe para complementarse con los demás, desde su núcleo familiar hasta la sociedad entera.
La conciencia presente en cada persona es como la raíz y la savia para el árbol: lo nutre, lo conecta, lo hace parte de la naturaleza.
Nuestra conciencia consagra nuestra dignidad y nos vincula —o nos desvincula— con los otros, según nuestras acciones.
La conciencia se eclipsa cuando alguien busca dominar, someter o violar las libertades de otro; cuando invade, abusa, explota indiscriminadamente la naturaleza, evade impuestos, emite boletas “ideológicamente falsas”, o expolia a otros.
¿No es todo esto una forma de sepultar en vida la esencia humana?
¿No estamos, acaso, ante una degradación social precipitada?
Estos nubarrones ¿no afectan también la salud mental de los chilenos?
Ocho millones de licencias médicas al año... ¿no nos estremece?
¿Ya es parte del paisaje?
¡Incluso ha dado pie a un nuevo tipo de “turismo terapéutico”!
Nuestro país está polarizado social y políticamente.
Sufre de profundas desconfianzas, invadido por temores sociales, convertido en un país "enrejado".
Chile se agrieta por carecer de una visión común: ¿qué país queremos tener?, ¿qué país queremos ser? Aún no logramos erradicar las odiosidades.
Ciertamente, nos hemos “modernizado”, pero las realidades de desigualdad —entre regiones, entre comunas, entre personas— siguen siendo alarmantes. Sincerarnos es sanador.
Y al afinar este análisis, surge la pregunta: ¿son los “ciudadanos de a pie” quienes tienen al país en esta situación?
¿Quiénes protagonizan realmente los afluentes del malestar social?
Aquellas personas que han podido desarrollar su inteligencia en la educación secundaria y universitaria, y que han asumido responsabilidades sociales, ¿se formaron con un espíritu ético sólido, con honestidad, con verdadero amor por su país? ¿O solo estudiaron para escalar posiciones en la pirámide social?
¿Cómo explicar que personas que llegan a altas cimas se derrumben?
No son excepciones: son frecuentes.
Eduquemos.
Desarrollemos conciencias.
Las conciencias despiertan en la verdad, en la bondad, en la belleza de vivir y convivir.
Solo así alcanzaremos la armonía y la paz, como lo hace cada día nuestra madre naturaleza.
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