jueves, 1 de mayo de 2025

Franciscus

 Franciscus: Tender Puentes, No Muros

Pedro Aranda Astudillo – Fundador de la Corporación Gen

Abril 2025


La exhortación de Franciscus merece ser cincelada en diamante, tatuada en el alma, sembrada en la idiosincrasia de nuestra civilización. Su voz fue un arco iris tendido de occidente a oriente, clara, profunda, abierta a toda inteligencia. Nos recuerda aquella máxima de la sabiduría griega: “Conócete a ti mismo”.


No nos engañemos: nuestros logros pertenecen a la inteligencia, pero la esencia humana —esa mezcla de amor y odio entre los sapiens— permanece inalterada a través de los siglos. Seguimos atrapados en jaulas de paradigmas, ideas y egoísmos propios.


Vivimos en ascuas, dependientes de quienes mueven los hilos, de los que decretan guerras o dibujan fronteras desde cómodos escritorios. El poder aún se ejerce al viejo estilo romano: con el dedo pulgar alzado o abatido. Los sistemas sociales siguen siendo pirámides donde el vértice ordena y la base obedece. Y, sin embargo, hay quienes resisten. La ONU y sus 17 Objetivos por un desarrollo inclusivo intentan que nadie quede fuera de la mesa.


En medio de esta humanidad en crisis, brotó del corazón del Papa Francisco una consigna luminosa: tender puentes.


La muerte del hermano Francisco estremeció la conciencia del mundo. Muchos quizás no leyeron sus discursos, cartas o encíclicas. Pero todos supieron que conservó los mismos zapatos con los que llegó al cónclave. Fue un testimonio fiel de Jesús, encarnado en las carencias del mundo. Hizo carne la utopía de la fraternidad. Clamó por los migrantes, abrazó a los náufragos, almorzó con los pobres de Roma.


¿Qué imagen más elocuente que aquel instante en que, frente a frente y a medio metro de distancia, el presidente Trump y el presidente Zelenski se miraron en silencio, sentados en la Basílica de San Pedro el día del funeral de Franciscus?


Fue un clima de recogimiento. Una mirada detenida que devolvió a ambos a las raíces compartidas de la humanidad. Porque mirar no es ver. Y ver de verdad —ver con el alma— genera una conexión especial. Solo así puede haber diálogo, debate. Solo así puede nacer la pedagogía del encuentro, la que deja fuera la prepotencia y abre espacio a la escucha.


Tender puentes es lanzarse al otro. Es quebrar la coraza, desmontar prejuicios, y aprender a escuchar desde la piel ajena. Es ponerse en los zapatos del otro. Es —en suma— el arte más noble de la buena voluntad. Porque tender puentes no es solo un acto político o diplomático: es un gesto íntimo, imprescindible, desde los hogares hasta las grandes cumbres sociales.


En 2013, al asumir su pontificado —palabra que, no por azar, significa “constructor de puentes”— Francisco encendió un rayo de lucidez:

“El anuncio del amor de salvación de Dios es previo a la obligación moral y religiosa. Hoy parece prevalecer, a veces, el orden al revés.”


Esa salvación resonó en las últimas palabras de Jesús crucificado:

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.”


La existencia —como una obra de arte— encuentra su sentido en los susurros del amor. Porque sin amor, la vida es un absurdo, aunque insistan los negacionistas.



Sobre el Autor

Pedro Aranda Astudillo es fundador de la Corporación Gen, dedicada a la promoción del desarrollo humano integral. Con una trayectoria marcada por la acción social y la reflexión espiritual, ha contribuido durante décadas a tender puentes entre comunidades, culturas y generaciones. Su obra escrita combina el compromiso ético con una prosa poética cargada de humanismo

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