lunes, 11 de mayo de 2015

Democracia sin alma


29 de Octubre 2016
Pedro Aranda Astudillo




Los primeros pálpitos de la democracia provienen desde 4 siglos A.C.  Heredamos aquella cultura griega “del pueblo, con el pueblo, para el pueblo”.  Se congregaban en el aprendizaje del diálogo, su sabiduría de pueblo se engendró de pensar en común. Ordenaban su civilidad en la vivencia de comunidad.
Ciertamente aquellos tiempos permitieron las instancias de esas convocatorias participativas.  “La evolución" de la civilidad a nuestros días  ha desarrollado sus Instituciones, sus estructuras han adquirido una preeminencia sobre las personas, la ciudadanía.  Las personas asumieron encandiladamente el rol de consumidores, se inclinaron al poder del mercado que irrigó todas las venas sociales. Triunfar socialmente es mostrar posesiones de todo tipo y servirse de la sociedad.  El tejido que pertenecemos a una misma naturaleza, como lo dice el 1° Art. De los Derechos Humanos que nos debemos tratar fraternalmente, hoy es sólo fantasía literaria.                        

Tal autosuficiencia eclipsa la conciencia.

No nos engañemos: la mayoría es un  ardiente cómplice de un sistema robotizante cuyo dios es el señor dinero. El reverso: sus corrupciones, sus colusiones, sus abusos, las impunidades, las desigualdades son tan pestilentes que ya no podemos soportarlos, ni soportarnos.  El hastío,  la impotencia, la desconfianza margina.  “El voto de castigo” sólo es reactivo.
Se ultraja la libertad identificándola por el poder de elegir. Los animalitos con sus instintos también eligen.  ¿Cabe alguna duda que las elecciones son un tejido de manipulaciones y condicionamientos?.
No en vano la caja de votos llámase urna,  sinónimo de ataúd.  El informe de las Naciones Unidas de la democracia de los países, para el nuestro, nos demuestra cuán lejos estamos de ser un País democrático en su sentido más real de la palabra.  La nuez  se secó aunque se pinte su cáscara.
¡Benditas crisis que nos horaden hasta reencontrarnos con nuestra alma!.  Quizás, una educación humanizadora e incluyente sea esas raíces que levantan cementos y también llegue a diversificar la economía.


    
Pero, hace décadas José Ortega y Gasset profetizaba “la revolución de las masas”.  Las raíces podrán tardar pero, terminan levantando pavimentos.       

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